Benedicto XVI: María nos enseña a rezar para anunciar que Cristo es el salvador del mundo
El Papa Benedicto XVI explicó esta mañana que la Virgen María enseña a los miembros de la Iglesia Católica la necesidad de la oración y de una relación cercana con Él para anunciar a todos que Cristo es el salvador del mundo.
En sus palabras en español en la audiencia general de este miércoles, con la que inició un ciclo de catequesis sobre la oración en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas de San Pablo, el Santo Padre resaltó que toda la existencia de la Virgen María está caracterizada por la oración y el recogimiento "meditando cada acontecimiento en el silencio de su corazón".
En la Plaza de San Pedro y ante miles de fieles presentes, el Papa dijo que "la presencia de María con los apóstoles, en la espera de Pentecostés, adquiere un gran significado, ya que comparte con ellos lo más precioso: la memoria viva de Jesús en la oración. Ella se encuentra en oración con y en la Iglesia".
Benedicto XVI explicó luego que "venerar a la Madre de Jesús en la Iglesia significa aprender de ella a ser comunidad que reza. Ella nos enseña la necesidad de la oración y de que mantengamos con su Hijo una relación constante, íntima y llena de amor, para poder anunciar con valentía a todos los hombres que él es el salvador del mundo".En su catequesis en italiano, el Papa recordó que "con María inicia la vida terrena de Jesús, y con ella comienzan también los primeros pasos de la Iglesia. (…) Ella siguió con discreción todo el camino de su Hijo durante la vida pública hasta los pies de la cruz, y ahora acompaña, con una oración silenciosa, el camino de la Iglesia".
Las etapas del itinerario de María desde la casa de Nazareth hasta el cenáculo de Jerusalén "están marcadas por la capacidad de mantener un perseverante clima de recogimiento para meditar todos los acontecimientos en el silencio de su corazón, ante Dios. La presencia de la Madre de Dios con los once, después de la Ascensión, (…) asume un valioso significado, porque con ellos la Virgen comparte lo más precioso: la memoria viva de Jesús en la oración".Después de la Ascensión de Jesús al cielo, los apóstoles se reúnen con María para esperar junto a ella el don del Espíritu Santo, sin el cual no se puede testimoniar a Cristo.
"Ella, que ya lo ha recibido para generar al Verbo encarnado, comparte con toda la Iglesia la espera del mismo don. (…) Si no hay Iglesia sin Pentecostés, tampoco hay Pentecostés sin la Madre de Jesús, porque ella ha vivido de modo único lo que la Iglesia experimenta cada día bajo la acción del Espíritu Santo".
El Papa recordó que el Concilio Vaticano II ha subrayado esta relación especial entre la Virgen y la Iglesia en la Constitución dogmática "Lumen gentium": "Vemos los apóstoles antes del día de Pentecostés 'perseverantes con un solo corazón en la oración, con las mujeres y María la madre de Jesús'".
El Santo Padre recalcó luego que "el lugar privilegiado de María es la Iglesia, en la que es reconocida como (…) figura y excelentísimo modelo de fe y caridad".Ante la necesidad de la oración, dijo el Papa, muchas veces esta en las personas "está dictada por situaciones de dificultad, por problemas personales que llevan a dirigirse al Señor en busca de luz, confortación y ayuda".
"María invita a abrir las dimensiones de la oración, a dirigirse a Dios no solamente en momentos de necesidad y no sólo pidiendo por uno mismo, sino de modo unánime, asiduo, fiel, "con un corazón solo y una sola alma'".
Benedicto XVI señaló también que "la Madre de Jesús ha sido colocada por el Señor en los momentos decisivos de la historia de la salvación, y ha sabido responder siempre con plena disponibilidad, fruto de una relación profunda con Dios madurada en la oración asidua e intensa"."Entre la Ascensión y Pentecostés, ella se encuentra 'con' y 'en' la Iglesia, en oración. Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María ejerce su maternidad hasta el final de la historia".
BENEDICTO XVI: LA IGLESIA NACE DE LA ORACIÓN DE JESÚS
ENERO 25 DEL 2012
En la catequesis de hoy centramos nuestra atención en la oración que Jesús dirige al Padre en la «hora» de su elevación y glorificación (cf. Jn 17,1-26). Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: "La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración 'sacerdotal' de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su 'paso' [pascua] hacia el Padre donde es “consagrado” enteramente al Padre" (n. 2747).
Esta oración de Jesús es entendida en su extrema riqueza, sobre todo si colocamos como fondo la fiesta judía de la expiación, el Yom Kippur. Ese día, el sumo sacerdote hace primero la expiación por sí mismo, luego por la clase sacerdotal, y finalmente por todo el pueblo. El objetivo es devolverle al pueblo de Israel, después de los pecados de un año, la conciencia de la reconciliación con Dios, la conciencia de ser el pueblo elegido, "pueblo santo" en medio de otros pueblos. La oración de Jesús en el capítulo 17 del Evangelio según San Juan, está basada en la estructura de esta fiesta. Aquella noche, Jesús se dirige al Padre en el momento en que se está ofreciendo a sí mismo. Él, sacerdote y víctima, ora por él mismo, por los apóstoles y por todos aquellos que creerán en Él, por la Iglesia de todos los tiempos (cf. Jn 17,20).
La oración que Jesús hace por sí mismo es la petición de su propia glorificación, de la propia "elevación" en su "hora". En realidad, es más una declaración de plena disposición a entrar, libre y generosamente, en el diseño de Dios Padre que se cumple al ser entregado, y en la muerte y resurrección. La "hora" se inició con la traición de Jesús (cf. Jn 13,31) y culminará con la subida de Jesús resucitado al Padre (Jn 20,17). La salida de Judas del cenáculo es comentada por Jesús con estas palabras:“Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él”(Jn 13,31). No es casual que comience la oración sacerdotal diciendo: "Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1). La glorificación que Jesús pide para sí mismo como Sumo Sacerdote, es la entrada en la plena obediencia al Padre, una obediencia que lleva a la más plena condición filial: "Y ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes de que el mundo fuese"(Juan 17,5). Es esta disponibilidad y esta petición es el primer acto del nuevo sacerdocio de Jesús, que es un donarse por completo en la cruz, y justamente sobre la cruz --el supremo acto de amor--, Él es glorificado, porque el amor es la verdadera gloria, la gloria divina.
El segundo momento de esta oración es la intercesión que Jesús hace por los discípulos que estaban con Él. Son aquellos de los que Jesús puede decir al Padre: "He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu palabra" (Jn 17,6). "Manifestar el nombre de Dios a los hombres" es el resultado de una nueva presencia del Padre en medio de la gente, de la humanidad. Este "manifestar" no es sólo una palabra, sino que es realidad en Jesús; Dios está con nosotros, y así el nombre --su presencia entre nosotros, el ser uno de nosotros--, se "ha realizado". Por lo tanto, esta manifestación se realiza en la encarnación del Verbo. En Jesús, Dios entra en la carne humana, se hace cercano en modo único y nuevo. Y esta presencia alcanza su cumbre en el sacrificio que Jesús hace en su Pascua de muerte y resurrección.
En el centro de esta oración de intercesión y de expiación a favor de los discípulos está la petición de consagración; Jesús dice al Padre: "Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad" (Jn 17,16-19). Me pregunto: ¿Qué significa "consagrar" en este caso? Sobre todo debemos decir que "Consagrado" o "Santo", en propiedad sólo es Dios. Entonces consagrar quiere decir transferir una realidad --una persona o cosa--, a la propiedad de Dios. Y en esto están presentes dos aspectos complementarios: por una parte quitar las cosas corrientes, segregar, "apartar" la vida personal del hombre para ser donados totalmente a Dios; y por otra, esta segregación, esta transferencia a la esfera de Dios, tiene el significado propio de “envío”, de misión: precisamente porque entregada a Dios, la realidad, la persona consagrada existe "para" los otros, es donada a los otros. Darse a Dios significa no vivir más para sí, sino para todos. Y es consagrado quien, como Jesús, es separado del mundo y apartado para Dios en vista de una tarea y, como tal, está a disposición de todos. Para los discípulos, será continuar la misión de Jesús, ser entregado a Dios para estar así en misión para todos. En la tarde de la Pascua, el Resucitado, apareciéndose a sus discípulos, les dice: "¡La paz con vosotros! Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21).
El tercer acto de esta oración sacerdotal extiende la mirada al final de los tiempos. En ella, Jesús se dirige al Padre para interceder a favor de todos aquellos que serán llevados a la fe mediante la misión inaugurada por los apóstoles, y continuada en la historia: "No ruego solo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí". Jesús ora por la Iglesia de todos los tiempos, ruega también por nosotros (Jn 17,20). El Catecismo de la Iglesia Católica dice:“Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la Hora de Jesús llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación”(No. 2749).
La petición central de la oración sacerdotal de Jesús, dedicada a sus discípulos de todos los tiempos, es aquella de la futura unidad de todos los que creerán en Él. Tal unidad no es un producto mundano. Proviene exclusivamente de la unidad divina y viene a nosotros del Padre mediante el Hijo y el Espíritu Santo. Jesús invoca un don que viene del cielo, y que tiene su efecto --real y perceptible-- en la tierra. Ora “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). La unidad de los cristianos, por un lado, es una realidad oculta en el corazón de las personas que creen. Pero al mismo tiempo, esta debe aparecer claramente en la historia, debe aparecer para que el mundo crea, tiene un propósito muy práctico y concreto y debe aparecer para que todos sean realmente uno. La unidad de los futuros discípulos, siendo unidad con Jesús --que el Padre ha enviado al mundo--, es también la fuente originaria de la eficacia de la misión cristiana en el mundo.
"Podemos decir que en la oración sacerdotal de Jesús se realiza la institución de la Iglesia... Propiamente aquí, en la última cena, Jesús crea la Iglesia. Por qué, ¿qué otra cosa es la Iglesia, si no la comunidad de los discípulos que, mediante la fe en Jesucristo como enviado del Padre, recibe su unidad y se implica en la misión de Jesús para salvar al mundo, conduciéndolo al conocimiento de Dios? Aquí encontramos realmente una verdadera definición de la Iglesia. La Iglesia nace de la oración de Jesús. Y esta oración no es sólo de palabra: es la acción por la que Él se "consagra" a sí mismo, es decir, se "sacrifica" para la vida del mundo (cfr. Gesù di Nazaret, II, 117s).
Jesús ora para que sus discípulos sean uno. En virtud de esa unidad, recibida y mantenida, la Iglesia puede caminar “en el mundo” sin ser "del mundo" (cf. Jn 17,16) y vivir la misión confiada a ella para que el mundo crea en el Hijo y en el Padre que lo envió. La Iglesia se convierte entonces, en el lugar donde continúa la misión misma de Cristo: llevar al "mundo" fuera de la alienación del hombre de Dios y de sí mismo, fuera del pecado, a fin de que vuelva a ser el mundo de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, hemos tomado algunos elementos de la gran riqueza de la oración sacerdotal de Jesús, que les invito a leer y meditar, para que nos guíe en el diálogo con el Señor y nos enseñe a orar. También nosotros, por ello, en nuestra oración, pidamos a Dios que nos ayude a entrar, más de lleno, en el proyecto que tiene para cada uno de nosotros; pidámosle ser "consagrados" a Él, pertenecerle cada vez más, para poder amar cada vez más a los otros, cercanos y lejanos; pidámosle ser siempre capaces de abrir nuestra oración a la amplitud del mundo, no cerrándola en la petición de ayuda para nuestros problemas, sino recordando delante del Señor a nuestro prójimo, aprendiendo la belleza de interceder por los demás; le pedimos el don de la unidad visible entre todos los creyentes en Cristo --la hemos invocado con fuerza en esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos--, recemos para estar siempre dispuestos a responder a cualquiera que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15).