Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia. (Juan Pablo II)"
Matrimonio y familia
El amor humano
La santidad del matrimonio en el hogar
1. Todos los cristianos deben ser oportunamente instruidos en su vocación a la santidad. En efecto, la invitación al seguimiento de Cristo se dirige a todos, y cada fiel debe tender a la plenitud.
2. La caridad es el alma de la santidad. Por su íntima naturaleza la caridad -don que el Espíritu infunde en el corazón- asume y eleva el amor humano y lo hace capaz de la perfecta entrega de sí mismo. La caridad hace más aceptable la renuncia, más ágil el combate espiritual, más generosa .
3. El hombre no puede sólo con sus fuerzas realizar la perfecta entrega de sí mismo. Pero se vuelve capaz de lograrlo en virtud de la gracia del Espíritu Santo. En efecto, es Cristo quien revela la verdad originaria del matrimonio y, liberando al hombre de la dureza del corazón, lo habilita .
4. En el camino hacia la santidad, el cristiano experimenta tanto la debilidad humana como la benevolencia y la misericordia del Señor. Por eso el punto de apoyo en el ejercicio de las virtudes cristianas -también de la castidad conyugal- se encuentran en la fe, que nos hace conscientes de la misericordia de Dios, y en el arrepentimiento, que acoge humildemente el perdón divino.
5. Los esposos actúan la plena entrega de sí mismos en la vida matrimonial y en la unión conyugal, que, para los cristianos, es vivificada por la gracia del sacramento. La específica unión de los esposos y la transmisión de la vida son obligaciones propias de su santidad matrimonial.
Salvaguardar a toda costa tesoro del matrimonio, exhorta el Papa
En su discurso a los obispos de Angola y Sao Tomé en visita ad limina en el Vaticano, elPapa Benedicto XVI hizo un enérgico llamado para salvaguardar, a toda costa, "el tesoro precioso" del matrimonio cristiano y el derecho a la vida inherente a todo ser humano.
En su discurso el Santo Padre dijo que en este país africano que visitó en 2009 existen una serie de desafíos a los que toca responde coherentemente: "el primero es el llamado ‘amigamento’ (concubinato) que contradice el plan de Dios para la procreación y la familia humana".
El Papa indicó que esta situación afecta a la familia, cuyo "valor es insustituible para la sociedad" y alentó a los prelados a que ayuden "a las parejas casadas a adquirir la madurez humana y espiritual necesaria para asumir de modo responsable su misión de cónyuges y padres cristianos".
Es necesario recordarles, dijo, "que el amor esponsal debe ser único e indisoluble, como la alianza entre Cristo y su Iglesia. Este tesoro precioso debe ser salvaguardado, a toda costa".
Otro desafío que enfrentan los angoleños es la división del corazón de los bautizados "entre el cristianismo y las religiones tradicionales africanas. Afligidos por los problemas de la vida, no dudan en recurrir a prácticas incompatibles con el seguimiento de Cristo".
El Papa se refirió con especial preocupación a un "efecto abominable" de esta situación que llega a la "marginación e incluso al asesinato de niños y ancianos, a la que son condenados por falsos dictámenes de brujería".
"Recordando que la vida humana es sagrada en todas sus fases y situaciones, prosigan, queridos obispos, alzando la voz a favor de las víctimas", exhortó el Santo Padre.
Subrayando que este es un problema regional, el Pontífice aseguró que "es oportuno un esfuerzo continuo de las comunidades eclesiales probadas por esta calamidad, buscando determinar el significado profundo de tales prácticas e identificar los riesgos pastorales y sociales que conllevan y de lograr un método que conduzca a su definitiva erradicación, con la colaboración de los gobiernos y de la sociedad civil".
Benedicto XVI se refirió también a la tarea de los prelados de la transmisión de la fe, en el marco de su próximo viaje a Benin y recordó que "la primera y específica contribución de la Iglesia es la proclamación del Evangelio de Cristo".
El Evangelio, recordó el Pontífice, "es el principal y primer factor de desarrollo" que además permite a los cristianos superar "las presiones de las costumbres de la sociedad en la que viven" y a "renunciar –con la gracia del bautismo– a las tendencias dañinas imperantes y a caminar contracorriente guiados por el espíritu de las Bienaventuranzas".
El Papa Benedicto también trató el tema de las etnias en Angola, que genera divisiones entre sus pobladores. "En la Iglesia –explicó– como nueva familia de todos los que creen en Cristo, no hay lugar para ningún tipo de división".
Tras recordar que el Beato Juan Pablo II alentaba a hacer de la Iglesia "la casa y la escuela de la comunión", Benedicto XVI dijo que "en torno al altar se reúnen los hombres y mujeres de tribus, lenguas y naciones distintas, compartiendo el mismo cuerpo y la misma sangre de Jesús Eucaristía, y se convierten en hermanos y hermanas realmente consanguíneos".
"Este vínculo de hermandad es más fuerte que aquel de nuestras familias terrenales y que aquel de las tribus".
"Sí, amados pastores de Angola, Sao Tomé y Príncipe, forman un pueblo de hermanos, que desde aquí abrazo y saludo", concluyó.
El amor humano
1. ¿Se puede decir que Dios creó al hombre para el amor?
Sí. Dios creó al hombre por amor y para el amor. El amor por tanto es la vocación fundamental y original de todo hombre.
2. ¿El amor radica sólo en el cuerpo?
No. El amor humano también abarca al alma, porque el hombre está llamado al amor en su totalidad: en el cuerpo y en el alma.
3. ¿Cómo puede el hombre realizar su vocación al amor?
El hombre puede realizar su vocación al amor fundamentalmente de dos modos: por el matrimonio y por la virginidad o el celibato asumido por amor a Dios y servicio a los demás.
4. ¿Cuál de los dos modos es más perfecto?
Cada hombre debe seguir su propia vocación y esa será la mejor para él. Pero,. la virginidad o el celibato por amor a Dios y servicio a los demás, es más elevado porque está dirigido directa y exclusivamente a Dios.
5. ¿Qué es lo esencial en el amor humano?
El amor humano es una donación exclusiva y permanente de los esposos, con los actos propios y exclusivos de ellos. Ese amor también alcanza al núcleo íntimo, espiritual de la persona, y no constituye simplemente una manifestación biológica como sería el caso de los animales.
6. La donación total del hombre y la mujer ¿sólo es auténtica en el matrimonio?
La donación total de un hombre y una mujer sólo es verdadero amor humano en el matrimonio. Allí se dan las condiciones de estabilidad necesarias para la procreación y educación de los hijos y para el crecimiento y despliegue del amor de los esposos.
7. ¿El amor humano es exclusivo del matrimonio?
La plenitud del amor humano es el amor conyugal, que sólo se puede realizar en la unión estable y permanente del hombre y la mujer. Pero caben otras formas de amor humano, como la fraternidad, la amistad, la ayuda- solidaria hacia los necesitados, etc.
8. ¿Puede darse el amor auténtico, entre un hombre y tina mujer, fuera del matrimonio?
Cuando hablamos de "amor auténtico" entre un hombre y una mujer, nos referimos sólo a aquel amor que se da de manera exclusiva, fiel, fecunda y para siempre en el matrimonio, Fuera del matrimonio sólo hay falsificaciones del verdadero amor, porque al carecer de sus elementos esenciales -que son la estabilidad, el verdadero compromiso y la fecundidad- el amor deja de ser total y por tanto falso.
9. ¿No limita la libertad de los esposos excluir otros posibles amores extramatrimoniales?
No, porque la verdadera libertad consiste en cumplir la voluntad de Dios y elegir el bien: elegir la fidelidad a la palabra dada y a los compromisos adquiridos ante Dios y ante el otro cónyuge. La exclusividad del amor entre un hombre y una mujer defiende a los hombres de los peligros del subjetivismo y del relativismo respecto a un asunto tan importante como es la familia y el matrimonio
Catecismo de la Familia y del Matrimonio
Padres Fernando Castro y Jaime Molina
Padres Fernando Castro y Jaime Molina
La santidad del matrimonio en el hogar
El amor matrimonial supera el desorden del pecado.
Los esposos cristianos, al poner su mirada en lo original de la primera pareja, recordarán que lo realmente diverso en ellos es el modo de amar. Un amor que les llevaba al servicio pleno de Dios, manifestado en una total disponibilidad de las cosas materiales y del propio cuerpo y libertad. Por lo tanto, el amor en el estado matrimonial ha de ayudar a ordenar el uso de las creaturas, del cuerpo y de la libertad. En este sentido se podría afirmar que el matrimonio católico es una verdadera consagración a Dios que lleva a los esposos a alcanzar la santidad a través de la vivencia por amor de los consejos evangélicos.
Los esposos cristianos, al poner su mirada en lo original de la primera pareja, recordarán que lo realmente diverso en ellos es el modo de amar. Un amor que les llevaba al servicio pleno de Dios, manifestado en una total disponibilidad de las cosas materiales y del propio cuerpo y libertad. Por lo tanto, el amor en el estado matrimonial ha de ayudar a ordenar el uso de las creaturas, del cuerpo y de la libertad. En este sentido se podría afirmar que el matrimonio católico es una verdadera consagración a Dios que lleva a los esposos a alcanzar la santidad a través de la vivencia por amor de los consejos evangélicos.
Ordena el uso de las cosas materiales.
Los esposos deben formar una actitud de pobreza interior que los lleva a recibir como don de Dios al propio cónyuge y a reconocer en él la única y principal riqueza de su vida. Única porque deben estar dispuestos a renunciar a todo lo material, si ello es obstáculo para la unidad matrimonial. Principal porque desde el momento del matrimonio el valor de una persona se mide, no por los elementos materiales que posee sino, por la entrega al esposo. De este modo el amor convierte la actitud de pobreza en un servicio al amado.
El católico casado tiene la securidad de haber recibido de Dios todo lo necesario para vivir en el matrimonio.
Adán y Eva, en su pobreza, esperaban que todo le viniera de Dios y vivían en una continua solidaridad, hasta el punto que todo lo que tenían era para donarlo al otro. De modo similar, en la vivencia práctica de la vida matrimonial, la actitud de pobreza, vivida por amor, llevará a los esposos cristianos, en cualquier circunstancia económica que les toque vivir, a recibir con alegría lo que el otro le puede aportar por medio de su trabajo y a no guardar nada para sí, sino compartirlo y desear que el otro disfrute de lo marterial antes que uno mismo. Así los esposos, realizarán las palabras de san Pablo: "aunque probados por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad" (2Co 8,2).
Los esposos deben formar una actitud de pobreza interior que los lleva a recibir como don de Dios al propio cónyuge y a reconocer en él la única y principal riqueza de su vida. Única porque deben estar dispuestos a renunciar a todo lo material, si ello es obstáculo para la unidad matrimonial. Principal porque desde el momento del matrimonio el valor de una persona se mide, no por los elementos materiales que posee sino, por la entrega al esposo. De este modo el amor convierte la actitud de pobreza en un servicio al amado.
El católico casado tiene la securidad de haber recibido de Dios todo lo necesario para vivir en el matrimonio.
Adán y Eva, en su pobreza, esperaban que todo le viniera de Dios y vivían en una continua solidaridad, hasta el punto que todo lo que tenían era para donarlo al otro. De modo similar, en la vivencia práctica de la vida matrimonial, la actitud de pobreza, vivida por amor, llevará a los esposos cristianos, en cualquier circunstancia económica que les toque vivir, a recibir con alegría lo que el otro le puede aportar por medio de su trabajo y a no guardar nada para sí, sino compartirlo y desear que el otro disfrute de lo marterial antes que uno mismo. Así los esposos, realizarán las palabras de san Pablo: "aunque probados por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad" (2Co 8,2).
Ordena el ejercicio de la sexualidad.
El ejercicio del amor conyugal supera el desorden introducido por el pecado en la sexualidad humana y coloca el eros y el sexo al servicio del amor cristiano y matrimonial. En realidad los esposos no hacen otra cosa sino consagrar a Dios su corazón y su cuerpo para el uso exclusivo del cónyuge y se sirven de ellos para expresar amor en los momentos y del modo como Dios lo ha pensado. Jesucristo se entregó a su Padre y a todos los hombres en la cruz. Su sacrificio y renuncia fueron realizados tanto en el cuerpo como en el espíritu. Esta renuncia realizada por el Hijo de Dios obtuvo la fertilidad que el Padre quería: la redención del hombre.
Los esposos no hacen otra cosa sino consagran a Dios su corazón y su cuerpo para uso exclusivo del cónyuge.
Así los esposos cristianos, para obtener la fertilidad que, en conciencia, creen que Dios les quiere otorgar, unas veces se entregarán mutuamente, por amor, con el cuerpo y el espíritu, y en otras ocasiones, también por amor, renunciarán al deseo espiritual de la posesión del cuerpo.
El ejercicio del amor conyugal supera el desorden introducido por el pecado en la sexualidad humana y coloca el eros y el sexo al servicio del amor cristiano y matrimonial. En realidad los esposos no hacen otra cosa sino consagrar a Dios su corazón y su cuerpo para el uso exclusivo del cónyuge y se sirven de ellos para expresar amor en los momentos y del modo como Dios lo ha pensado. Jesucristo se entregó a su Padre y a todos los hombres en la cruz. Su sacrificio y renuncia fueron realizados tanto en el cuerpo como en el espíritu. Esta renuncia realizada por el Hijo de Dios obtuvo la fertilidad que el Padre quería: la redención del hombre.
Los esposos no hacen otra cosa sino consagran a Dios su corazón y su cuerpo para uso exclusivo del cónyuge.
Así los esposos cristianos, para obtener la fertilidad que, en conciencia, creen que Dios les quiere otorgar, unas veces se entregarán mutuamente, por amor, con el cuerpo y el espíritu, y en otras ocasiones, también por amor, renunciarán al deseo espiritual de la posesión del cuerpo.
Ordena el ejercicio de la libertad.
El tercer desorden provocado por el pecado, el desorden de la libertad, también es purificado por el sacramento del matrimonio. Al momento de unir sus vidas, los católicos se comprometen a vivir en obediencia a Dios manifiestada en las necesidades y deseos legítimos del esposo respectivo y a ejercer sobre los hijos la autoridad amorosa y delegada de su verdadero Padre.
Adán vivía en plena libertad y autonomía aceptando en todo lo que Dios quería de él. Su obediencia no era sentida como imposición, pues el amor le movía a realizar todo mandato y deseo que podía hacer feliz a Dios, a quien amaba. De modo similar, los esposos cristianos, en el ejercicio perfecto de su libertad y movidos por el amor, no desean otra cosa sino hacer feliz al cónyuge en el cumplimiento de sus mandatos y deseos.
De este modo el hombre cristiano casado, sin renunciar definitivamente a la libertad, ni al ejercicio de la sexualidad, ni a la propiedad, supera el desorden provocado por el pecado en el uso de las cosas materiales, del cuerpo y de la libertad. Lo supera, como el hombre original, por medio del amor.
Pero si la vivencia del amor cristiano en el matrimonio, ayudado por la gracia de la redención otorgada por Cristo, sólo devolviera al hombre la capacidad de ordenar lo que el pecado desordenó, su función sería netamente negativa y condicionada por el pecado. El amor matrimonial encierra mayores riquezas para los esposos cristianos.
El tercer desorden provocado por el pecado, el desorden de la libertad, también es purificado por el sacramento del matrimonio. Al momento de unir sus vidas, los católicos se comprometen a vivir en obediencia a Dios manifiestada en las necesidades y deseos legítimos del esposo respectivo y a ejercer sobre los hijos la autoridad amorosa y delegada de su verdadero Padre.
Adán vivía en plena libertad y autonomía aceptando en todo lo que Dios quería de él. Su obediencia no era sentida como imposición, pues el amor le movía a realizar todo mandato y deseo que podía hacer feliz a Dios, a quien amaba. De modo similar, los esposos cristianos, en el ejercicio perfecto de su libertad y movidos por el amor, no desean otra cosa sino hacer feliz al cónyuge en el cumplimiento de sus mandatos y deseos.
De este modo el hombre cristiano casado, sin renunciar definitivamente a la libertad, ni al ejercicio de la sexualidad, ni a la propiedad, supera el desorden provocado por el pecado en el uso de las cosas materiales, del cuerpo y de la libertad. Lo supera, como el hombre original, por medio del amor.
Pero si la vivencia del amor cristiano en el matrimonio, ayudado por la gracia de la redención otorgada por Cristo, sólo devolviera al hombre la capacidad de ordenar lo que el pecado desordenó, su función sería netamente negativa y condicionada por el pecado. El amor matrimonial encierra mayores riquezas para los esposos cristianos.
El amor matrimonial, camino de perfección.
El Nuevo Testamento nos ha revelado que todos los católicos son "elegidos de Dios, santos y amados" (Col 3,12). Y así lo experimentan aquellos que con sinceridad buscan vivir su vocación de ser imagen de Dios en el amor. El cristiano, aunque permanecerá siempre copia, cada día podrá asemejase más al original. La posibilidad de crecer es una condición humana de la que nadie puede escapar. Y esto también se aplica al laico quien ha recibido del evangelio, al igual que el sacerdote y el religioso, el mandato de alcanzar la perfección del Padre sin indicación alguna sobre el hasta dónde debe tender a la santidad o de qué aspectos está dispensado.
....se sirven de ellos para expresar amor en los momentos y del modo como Dios lo ha pensado.
Por consiguiente, si el esposo cristiano está llamado a ser santo y perfecto en el estado matrimonial al que Dios le ha llamado y Él mismo le ha regalado, significa que junto con el estado encontrará todo lo que necesita para ser perfecto y santo. La santidad consiste en reproducir con la mayor perfección posible la imagen original del amor de Dios. Pero recordemos que dicha imagen divina en nuestras almas es fruto principalmente de la acción de Dios, a la que se suma la colaboración dócil del hombre.
El Nuevo Testamento nos ha revelado que todos los católicos son "elegidos de Dios, santos y amados" (Col 3,12). Y así lo experimentan aquellos que con sinceridad buscan vivir su vocación de ser imagen de Dios en el amor. El cristiano, aunque permanecerá siempre copia, cada día podrá asemejase más al original. La posibilidad de crecer es una condición humana de la que nadie puede escapar. Y esto también se aplica al laico quien ha recibido del evangelio, al igual que el sacerdote y el religioso, el mandato de alcanzar la perfección del Padre sin indicación alguna sobre el hasta dónde debe tender a la santidad o de qué aspectos está dispensado.
....se sirven de ellos para expresar amor en los momentos y del modo como Dios lo ha pensado.
Por consiguiente, si el esposo cristiano está llamado a ser santo y perfecto en el estado matrimonial al que Dios le ha llamado y Él mismo le ha regalado, significa que junto con el estado encontrará todo lo que necesita para ser perfecto y santo. La santidad consiste en reproducir con la mayor perfección posible la imagen original del amor de Dios. Pero recordemos que dicha imagen divina en nuestras almas es fruto principalmente de la acción de Dios, a la que se suma la colaboración dócil del hombre.
Amor matrimonial: camino de santidad
La oración, escuela de amor
La estructura matrimonial facilita, por lo tanto, a los esposos el ser imagen de la acción del amor de Dios a través de los sacramentos. Pero el amor de Dios se derrama también por medio de la oración.
Oración que pueden realizar ayudándose de la predicación de los ministros, siempre y cuando la reciban "no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios" (1Ts 2,13). Los esposos, al acudir unidos a la predicación, pueden con más facilidad, mediante el diálogo, hecho también oración, aplicar la Palabra de Dios escuchada tanto a lo ordinario como a lo circunstancial de su vida matrimonial.
Los esposos deben realizar también la oración personal y privada, para que, una vez conocidas y asimiladas las virtudes de Cristo, traduzcan en obras, bajo la guía de un prudente director, los frutos de su contemplación. Es en la oración donde el Espíritu de Cristo ilumina a los esposos para amar al cónyuge y a los hijos como el mismo Jesucristo los ama en las circunstancias concretas de edad y temperamento.
Signo de la vivencia de las virtudes teologales
Al ser signo del amor de Cristo que se derrama a través de los sacramentos y de la oración, el estado matrimonial se convierte en luz del mundo, cumpliendo lo mandado por el Señor: "¡Luzca así vuestra luz delante de los hombres!" (Mt 5,16). El acto mismo del compromiso matrimonial que ambos cónyuges declaran el día de su boda es signo claro de lo que debe ser toda la vida cristiana: una respuesta de amor a la llamada amorosa de Dios.
¡Qué importante es para los esposos que su promesa de fidelidad sea, en primer lugar, promesa a Dios, y, sólo después, promesa al cónyuge! ¿Por qué? Porque sólo Dios es fiel, y nada más él puede asegurar lo que el amado promete. Sólo porque se tiene la fe y la confianza en la gracia de Dios, que acompañará al consorte, se puede esperar y creer en las palabras de fidelidad de éste.
Pero el acto del compromiso matrimonial no es luz para el mundo sólo por lo que entraña de fiarse de la palabra ajena. Su luz más radiante proviene de lo que uno mismo es capaz de prometer. Toda vida matrimonial que inicia entraña un verdadero riesgo, se inicia una hoja en blanco en la que ninguno de los dos esposos saben qué se escribirá en ella. Pero ambos prometen amor y entrega absoluta incluso en la adversidad, entendida ésta tanto como proveniente de fuera de la pareja como causada por el propio cónyuge.
Prometer una fidelidad tal es "para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios" (Mc 10,27).
De este modo, la vida matrimonial se convierte también en modelo de la cruz y el sacrificio de Jesús.
Si lo anterior se puede afirmar de todo cristiano, en cualquier estado al que sea llamado, también se afirma del casado (Flp 1,29). Los esposos sufren por Jesucristo cuando, en respuesta a su generosidad, no reciben del cónyuge lo prometido.
Ellos, en razón de la promesa realizada a Dios, permanecen fieles. "Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas" (1Pe 2,20-21).
Los esposos cristianos han de estar convencidos que el sacrificio no puede desaparecer de su vida matrimonial, como no desapareció de la vida de Cristo, cuyo amor tratan de reproducir en el matrimonio.
Llamados a evangelizar juntos
Pero aún quedaría un aspecto más en el que la vida matrimonial debe ser imagen del amor de Dios. "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9). Si el amor de Dios hizo que él viniera al encuentro del hombre para acercarle a sí mismo, los esposos cristianos serán imagen del amor de Dios cuando, saliendo de su entorno familiar, vayan al encuentro de otros hombres para transmitir su fe en Dios.
Los dones de ser imágenes de Dios y de reproducir su amor divino a través de la vida matrimonial no pueden ser recibidos por los esposos cristianos de forma pasiva. Los esposos cristianos tienen la misión de ser apóstoles del matrimonio y de la familia.
Han de transmitir con su testimonio, con su palabra y con sus acciones la grandeza de la gracia del matrimonio que Dios les ha regalado y ellos se esfuerzan por vivir.
Ciertamente el matrimonio cristiano es un don de Dios a la humanidad, pues ofrece todos los elementos que el ser humano requiere, no sólo para superar el desorden creado en él por el pecado, sino que lo encauza a la vivencia del amor absoluto para realizar su misión de ser imagen y semejanza de Dios.
El matrimonio es un camino realmente hermoso a la santidad, nadie dijo que fácil, pero es realmente hermoso que juntos como una sola persona busquen llegar a la santidad.
lee el artículo completo visitando: amor matrimonial
La clave del éxito en el matrimonio
Por Tomás Melendo
Castidad conyugal: "Amor triunfal de dos personas sexuadas".
Hablar de castidad en pleno siglo XXI puede parecer chocante y anacrónico. Tal vez porque, erróneamente, ese término suele aludir a un conjunto de negaciones del todo ajenas al amor, hasta acabar por identificarse con la pura y simple abstención del trato corporal.
Refiriéndola a los casados, y con palabras que recuerdan las antes citadas, la castidad conyugal sería la virtud que hace posible y facilita que a los quince, veinte, veinticinco o muchos más años de matrimonio, cada esposo se encuentre tan enamorado del otro y éste le resulte tan atractivo, en todos los sentidos del término, como aquel día ya lejano en que los dos quedaron recíprocamente prendados; o mejor, porque es más cierto, mucho más amable y arrebatador que entonces, por cuanto el cariño prolongado le ha conducido a descubrir y ahondar en su riqueza personal y en su hermosura más real y certera.
La castidad, por consiguiente, es algo grande, excelso, positivo, que no se limita o resuelve en un conjunto de prohibiciones y que va mucho más allá de los dominios de la mera genitalidad. Su objeto propio, como el de toda virtud, es el amor: En este caso, el amor de dos personas sexuadas -varón y mujer- y justo en cuanto tales. Y su fin, hacer que se despliegue y fructifique ese cariño en todas y cada una de sus dimensiones, no sólo en las directamente relacionadas con el trato corporal ni genital.
Acrecentar el cariño
Se entiende entonces que el principal y más definitivo acto de esta virtud consista en fomentar positivamente, con las mil y una finuras que el ingenio enamorado descubre, el amor hacia el otro cónyuge.
Por eso, para vivirla en toda su grandeza, es oportuno que cada miembro del matrimonio dedique expresamente todos los días unos minutos a decidir aquel o aquellos detalles de cariño y delicadeza con los que dará una alegría al otro y elevará la calidad y la temperatura del amor mutuo; como también que ponga todos los medios a su alcance para que esas manifestaciones de afecto decidido lleguen a cumplirse, teniendo en cuenta que si no se empeña en darles vida es muy posible que el trabajo y las demás ocupaciones las dejen en simple "buena intención".
De manera similar, un marido enamorado tiene que estar dispuesto a repetir muchas veces al día a su esposa, junto con otras manifestaciones de afecto, que la quiere. ¡Claro que ella ya lo sabe! Pero necesita de forma casi perentoria que semejante confirmación gozosa le entre por los oídos muy a menudo: es una delicadeza aparentemente mínima, pero que la reconforta y le da vigor para seguir en la brega, a veces ingrata, de sacar adelante con bríos renovados el hogar y la familia. Y el varón, por su parte, además de agradecer también en muchos casos la declaración paralela de su esposa, necesita pronunciar esas palabras para reforzar, mediante la afirmación expresa y materializada, los quilates de su amor y de su fidelidad.
Además, y por poner otro ejemplo, marido y mujer han de esforzarse asimismo con frecuencia por sorprender a su pareja con algo que ésta no esperaba y que revela su aprecio e interés por ella. No sólo en los días señalados, en los que esas manifestaciones "ya se suponen", sino justo en aquellos otros en los que no existiría ningún motivo para tener una atención especial... ¡excepto el cariño enamorado de los cónyuges, siempre vivo y siempre creciente! Teniendo en cuenta, por otro lado, que lo importante es ese fijar la mirada en el otro, dedicarle tiempo y atención, y no necesariamente el valor material de lo que se ofrenda.
En la misma línea, para vivir la plenitud del amor que aquí estamos considerando, resulta imprescindible que los cónyuges sepan encontrar ratos para estar, conversar y descansar a solas, en las mejores condiciones posibles, venciendo la pereza inercial que a veces pudiera acosarles. Sin hacer de esto un absoluto, sino a modo de simple sugerencia, una tarde o una noche a la semana dedicada en exclusiva al matrimonio, además de facilitar enormemente la comunicación, constituye uno de los mejores medios para que la vida de familia -y, por tanto, el cariño hacia los hijos- progrese y se consolide, hasta dar frutos sazonados de calidad personal. Por eso, la solicitud y el mimo a la propia pareja debe anteponerse a las obligaciones laborales y sociales y, si valiera la contraposición un tanto paradójica, incluso al cuidado "directo" de los niños... que quedará potenciado por el amor mutuo de sus padres.
es el matrimonio ese hermoso camino con el cual llegamos a la santidad, es un camino que se recorre entre 2, hombre y mujer se vuelven uno, y entre ellos el amor de Dios es todo lo que mueve a los esposos a la santidad.
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Donación de sí y matrimonio
Luis Fernando Figari, El matrimonio, un camino de santidad
La modalidad de la donación de sí en el matrimonio responde a este dinamismo. Yendo más allá de un mero aglomeramiento de dos individualidades, el matrimonio es un proceso íntimo de integración personal en el amor mutuo de los cónyuges. Se trata de un tipo especial de amistad entre el hombre y la mujer que se donan recíprocamente el uno al otro con la explícita intención de hacer permanente esa donación y se ponen uno a disposición del otro en respeto profundo, reconocimiento de lo singular e individualmente valioso del tú al que se donan, y lo expresan en una concreción espiritual y corporal construyendo un nosotros de amor como pareja, conformada por un hombre y una mujer abiertos a traer nuevas personas al mundo como fruto concreto de su amor.
Esta realidad del matrimonio, que como tal responde al designio divino desde la primera unión, está, también por ese mismo designio, consagrado por su condición de sacramento, y es, como lo enseña LeónXIII, «en cuanto concierne a la sustancia y santidad del vínculo, un acto esencialmente sagrado y religioso. El dinamismo santificador del sacramento del matrimonio llega al esposo y a la esposa en su experiencia de donación y entrega en el amor y el servicio, experimentando la fuerza del amor divino que los mueve a acercarse más y más al Señor, así como entre sí, madurando como personas, poseyéndose cada vez más, siendo cada vez más libres y creciendo en el amor a Dios y entre sí, y sobreabundando en amor hacia sus hijos, tornándose la familia un cenáculo de amor. Un santuario de la vida y de los rostros del amor humano que en él se viven, en el que en la medida de la fidelidad cristiana de los esposos y la vida en el Señor de los hijos, se sienten impulsados los miembros de la familia al anuncio de la Buena Nueva que viven en el hogar. Obviamente esto sucede en la medida en que se acepta la gracia amorosa que el Espíritu derrama en los corazones y se ponen los medios correspondientes para cooperar con el designio divino. No pocas veces el ideal descrito, sin embargo, no es alcanzado, pues las personas que no avanzan por el camino de su felicidad no llegan a comprender que la vocación matrimonial es un camino de vida cristiana que lleva anejas todas las exigencias que el seguimiento del Señor Jesús implica.
Santo Domingo lo dice muy hermosamente: «Jesucristo es la Nueva Alianza, en Él el matrimonio adquiere su verdadera dimensión. Por su Encarnación y por su vida en familia con María y José en el hogar de Nazaret se constituye en modelo de toda familia. El amor de los esposos por Cristo llega a ser como Él: total, exclusivo, fiel y fecundo. A partir de Cristo y por su voluntad, proclamada por el Apóstol, el matrimonio no sólo vuelve a la perfección primera sino que se enriquece con nuevos contenidos. El matrimonio cristiano es un sacramento en el que el amor humano es santificante y comunica la vida divina por la obra de Cristo, un sacramento en el que los esposos significan y realizan el amor de Cristo y de su Iglesia, amor que pasa por el camino de la cruz, de las limitaciones, del perdón y de los defectos para llegar al gozo de la resurrección.
Así pues, el matrimonio cristiano es un ideal muy hermoso en el que el mismo amor del esposo y la esposa, puesto ante todos de manifiesto en la alianza sacramental, expresa como público símbolo el amor de un hombre y una mujer que han aceptado el Plan divino, tornándose testimonio de la presencia pascual del Señor, y que se comprometen establemente a donarse a sí mismos y constituir una comunidad de amor, una Iglesia doméstica en la que se forja una parte irremplazable del destino de la humanidad y en la que se concreta una nueva frontera del proceso de la Nueva Evangelización.
A Dios gracias, hay familias que, como dice el Documento de Santo Domingo, «se esfuerzan y viven llenas de esperanza y con fidelidad el proyecto de Dios Creador y Redentor, la fidelidad, la apertura a la vida, la educación cristiana de los hijos y el compromiso con la Iglesia y con el mundo. Pero lamentablemente son también muchos, demasiados, los que desconocen «que el matrimonio y la familia son un proyecto de Dios, que invita al hombre y la mujer creados por amor a realizar su proyecto de amor en fidelidad hasta la muerte, debido al secularismo reinante, a la inmadurez psicológica y a causas socio-económicas y políticas, que llevan a quebrantar los valores morales y éticos de la misma familia. Dando como resultado la dolorosa realidad de familias incompletas, parejas en situación irregular y el creciente matrimonio civil sin celebración sacramental y uniones consensuales.
El matrimonio, un hermoso regalo de Dios, es este sacramento un camino hermosísimo para llegar a la Santidad, lucha por tu matrimonio, y lee esta hermosísima reflexión: El valor de la fidelidad
CATEQUESIS DE JUAN PABLO II SOBRE EL MATRIMONIO (I)
EFICACIA DE LOS MÉTODOS NATURALES
El Sacramento del matrimonio, signo del
amor de Dios 20. II.80.
1. A través del ethos del don se delinea en parte el problema de la 'subjetividad' del hombre, que es un sujeto hecho a imagen y semejanza de Dios. En el relato de la creación (particularmente en Gen 2, 2325), 'la mujer' ciertamente no es sólo 'un objeto' para el varón, aún permaneciendo ambos el uno frente a la otra en toda la plenitud de su objetividad de criaturas, como 'hueso de mis huesos y carne de mi carne', como varón y mujer, ambos desnudos: sólo la desnudez que hace 'objeto' a la mujer para el hombre, o viceversa, es fuente de vergüenza. El hecho de que 'no sentían vergüenza' quiere decir que la mujer no era un 'objeto' para el varón, ni él para ella. La inocencia interior como 'pureza de corazón, en cierto modo, hacía imposible que el uno fuera reducido de cualquier modo por el otro al nivel de puro objeto. Si 'no sentían vergüenza' quiere decir que estaban unidos por la conciencia del don, tenían recíproca conciencia de sus cuerpos, en lo que se expresa la libertad del don y se manifiesta toda la riqueza interior de la persona como sujeto. Esta recíproca compenetración del 'yo' de las personas humanas, del varón y de la mujer, parece excluir subjetivamente cualquiera 'reducción a objeto'. En esto se revela el perfil subjetivo de ese amor, del que se puede decir, sin embargo, que 'es objetivo' hasta el fondo, en cuanto se nutre de la misma recíproca 'objetividad' del don.
3. El hombre y la mujer, después del pecado original, perderán la gracia de la inocencia originaria. El descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo dejará de ser para ellos una simple realidad de la revelación y de la gracia. Sin embargo, este significado permanecerá como prenda dada al hombre por el ethos del don, inscrito en lo más profundo del corazón humano, como eco lejano de la inocencia originaria. De ese significado esponsalicio del cuerpo se formará el amor humano en su verdad interior y en su autenticidad subjetiva. Y el hombre aunque a través del velo de la vergüenza se descubrirá allí continuamente a sí mismo como custodio del misterio del sujeto, esto es, de la libertad del don, capaz de defenderla de cualquier reducción a posiciones de puro objeto.
3. Sin embargo, por ahora, nos encontramos ante los umbrales de la historia terrena del hombre. El varón y la mujer no los han atravesado todavía hacia la ciencia del bien y del mal. Están inmersos en el misterio mismo de la creación, y la profundidad de este misterio escondido en su corazón es la inocencia, la gracia, el amor y la justicia: 'Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho' (Gen 1, 31). El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más alta del don divino, porque lleva en sí la dimensión interior del don. Y con ella trae al mundo su particular semejanza con Dios, con la que transciende y domina también su 'visibilidad' en el mundo, su corporeidad, su masculinidad o feminidad, su desnudez. Un reflejo de esta semejanza es también la conciencia primordial del significado esponsalicio del cuerpo, penetrada por el misterio de la inocencia originaria.
4. Así, en esta dimensión, se constituye un sacramento primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Y éste es el misterio de la verdad y del amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente. En la historia del hombre, es la inocencia originaria la que inicia esta participación y es también fuente de la felicidad originaria. El sacramento, como signo visible, se constituye con el hombre, en cuanto 'cuerpo', mediante su 'visible' masculinidad y feminidad. En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo.
5. Por lo tanto, en el hombre creado a imagen de Dios se ha revelado, en cierto sentido, la sacramentalidad misma de la creación, la sacramentalidad del mundo. Efectivamente, el hombre, mediante su corporeidad, su masculinidad y feminidad, se convierte en signo visible de la economía de la verdad y del amor, que tiene su fuente en Dios mismo y que ya fue revelada en el misterio de la creación. En este amplio telón de fondo comprendemos plenamente las palabras que constituyen el sacramento del matrimonio, en el Génesis 2, 24 ('Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se unirá a su mujer; y vendrán a ser una sola carne'). En este amplio telón de fondo comprendemos además, que las palabras del Génesis 2, 25 ('Estaban desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello'), a través de toda la profundidad de su significado antropológico, expresan el hecho de que juntamente con el hombre entró la santidad en el mundo visible, creado para él. El sacramento del mundo, y el sacramento del hombre en el mundo, proviene de la fuente divina de la santidad y simultáneamente está instituido para la santidad. La inocencia originaria, unida a la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo, es la misma santidad que permite al hombre expresarse profundamente con el propio cuerpo, y esto precisamente mediante el 'don sincero' de sí mismo. La conciencia del don condiciona, en este caso, 'el sacramento del cuerpo': el hombre se siente, en su cuerpo de varón o de mujer, sujeto de santidad.
6. Con esta conciencia del significado del propio cuerpo, el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo como sujeto de verdad y de amor. Se puede decir que el Génesis 2, 2325 relata como la primera fiesta de la humanidad en toda la plenitud originaria de la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo: y es una fiesta de la humanidad, que trae origen de las fuentes divinas de la verdad y del amor en el misterio mismo de la creación. Y aunque, muy pronto, sobre esta fiesta originaria se extienda el horizonte del pecado y de la muerte (Cfr. Gen 3), sin embargo, ya desde el misterio de la creación sacamos una primera enseñanza: es decir, que el fruto de la economía divina de la verdad y del amor, que fue revelada desde 'el principio', no es la muerte, sino la vida, y no es tanto la destrucción del cuerpo del hombre creado 'a imagen de Dios', cuanto más bien la 'llamada a la gloria' (Cfr. Rom 8, 30).
Una sola carne 5. III.80
1. Al conjunto de nuestros análisis, dedicados al 'principio' bíblico, deseamos añadir un breve pasaje, tomado del capítulo 4 del Génesis. (.).Cristo se refiere al 'principio', a la dimensión originaria del misterio de la creación, en cuanto que esta dimensión ya había sido rota por el mysterium iniquitatis, esto es, por el pecado y, juntamente con él, también por la muerte: mysterium mortis. El pecado y la muerte entraron en la historia del hombre, en cierto modo, a través del corazón mismo de esa unidad, que desde el 'principio' estaba formada por el hombre y por la mujer, creados y llamados a convertirse en 'una sola carne' (Gen 2, 24). Ya al comienzo de nuestras meditaciones hemos constatado que Cristo, al remitirse al 'principio', nos lleva, en cierto modo, más allá del límite del estado pecaminoso hereditario del hombre hasta la inocencia originaria; él nos permite encontrar así la continuidad y el vínculo que existe entre estas dos situaciones, mediante las cuales se ha producido el drama de los orígenes y también la revelación del misterio del hombre al hombre histórico.
Esto, por decirlo así, nos autoriza a pasar, después de los análisis que miran al estado de inocencia originaria, al último de ellos, es decir, al análisis del 'conocimiento y de la generación'. Temáticamente está íntimamente unido a la bendición de la fecundidad, inserta en el primer relato de la creación del hombre como varón y mujer (Cfr. Gen 1, 27-28). En cambio, históricamente ya está inserta en ese horizonte de pecado y de muerte que, como enseña el libro del Génesis (Cfr. 3) ha gravado sobre la conciencia del significado del cuerpo humano, junto con la transgresión de la primera Alianza con el Creador.
2. En el Génesis 4, y todavía, pues, en el ámbito del texto yahvista, leemos: 'Conoció el hombre a su mujer, que concibió y parió a Caín, diciendo 'He alcanzado de Yahvéh un varón. Volvió a parir, y tuvo a Abel, su hermano' (Gen 4, 12). Si conectamos con el 'conocimiento' ese primer hecho del nacimiento de un hombre en la tierra, lo hacemos basándonos en la traducción literal del texto, según el cual la 'unión' conyugal se define precisamente como 'conocimiento'. De hecho, la traducción citada dice así: 'Adán se unió a Eva su mujer', mientras que a la letra se debería traducir: 'conoció a su mujer', lo que parece corresponder más adecuadamente al término semítico jadac. Se puede ver en esto un signo de pobreza de la lengua arcaica, a la que faltaban varias expresiones para definir hechos diferenciados. No obstante, es significativo que la situación, en la que marido y mujer se unen tan íntimamente entre sí que forman una sola carne, se defina un 'conocimiento'. Efectivamente, de este modo, de la misma pobreza del lenguaje parece emerger una profundidad específica de significado, que se deriva precisamente de todos los significados analizados hasta ahora.
3. Evidentemente, esto es también importante en cuanto al 'arquetipo' de nuestro modo de considerar al hombre corpóreo, su masculinidad y su feminidad, y por tanto su sexo. Efectivamente, así a través del término 'conocimiento', utilizado en el Gen 4, 12 y frecuentemente en la Biblia, la relación conyugal del hombre y la mujer, es decir, el hecho de que a través de la dualidad del sexo, se conviertan en una 'sola carne', ha sido elevado e introducido en la dimensión específica de las personas. El Génesis 4, 12 habla sólo del 'conocimiento' de la mujer por parte del hombre, como para subrayar sobre todo la actividad de este último. Pero se puede hablar también de la reciprocidad de este 'conocimiento', en el que el hombre y la mujer participan mediante su cuerpo y su sexo. Añadamos que una serie de sucesivos textos bíblicos, como, por lo demás, el mismo capítulo del Génesis (Cfr., p. E., Gen 4,17; 25), hablan con el mismo lenguaje. Y esto hasta en las palabras que dijo María de Nazaret en la Anunciación; '¿cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?' (Lc 1, 34).
4. Así, con este bíblico 'conoció', que aparece por primera vez en el Génesis 4, 12, por una parte nos encontramos frente a la directa expresión de la intención humana (porque es propia del conocimiento) y, por otra, frente a toda la realidad de la convivencia y de la unión conyugal, en la que el hombre y la mujer se convierten en 'una sola carne'. (.). En Génesis 4, 1, al convertirse en 'una sola carne', el hombre y la mujer experimentan de modo particular el significado del propio cuerpo. Simultáneamente se convierten así como en el único sujeto de ese acto y de esa experiencia, aun siendo, en esta unidad, dos sujetos realmente diversos. Lo que nos autoriza, en cierto sentido, a afirmar que 'el marido conoce a la mujer', o también, que ambos 'se conocen' recíprocamente. Se revelan, pues, el uno a la otra, con esa específica profundidad del propio 'yo' humano, que se revela precisamente también mediante el sexo, su masculinidad y feminidad. Y entonces, de manera singular, la mujer 'es dada' al hombre de modo cognoscitivo, y él a ella.
5.(.) Así, pues, la realidad de la unión conyugal, en la que el hombre y la mujer se convierten en 'una sola carne', contiene en sí un descubrimiento nuevo y, en cierto sentido, definitivo del significado del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad. Pero, a propósito de este descubrimiento, ¿es justo hablar de 'convivencia sexual'?. Es necesario tener en cuenta que cada uno de ellos, hombre y mujer, no es sólo un objeto pasivo definido por el propio cuerpo y sexo, y de este modo determinado 'por la naturaleza'. Al contrario, precisamente por el hecho de ser varón y mujer, cada uno de ellos es 'dado' al otro como sujeto único e irrepetible, como 'yo', como persona. El sexo decide no sólo la individualidad somática del hombre, sino que define al mismo tiempo su personal identidad y ser concreto. Y precisamente en esta personal identidad y ser concreto , como irrepetible 'yo' femenino masculino, el hombre es 'conocido' cuando se verifican las palabras del Génesis 2, 24: 'El hombre se unirá a su mujer y los dos vendrán a ser una sola carne'. El 'conocimiento' de que habla el Génesis 4, 12 y todos los textos sucesivos de la Biblia, llega a las raíces más íntimas de esta identidad y ser concreto, que el hombre y la mujer deben a su sexo. Este ser concreto significa tanto la unicidad como la irrepetibilidad de la persona.
EFICACIA DE LOS MÉTODOS NATURALES
Según estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud, los métodos naturales de planificación familiar han demostrado poseer una amplia superioridad sobre los métodos artificiales (anticonceptivos-abortivos) en diversos aspectos. En dichos estudios se demostró que eran fáciles de aprender y de aplicar por la mujer cualquiera sea su nivel cultural (se demostró que pueden ser aprendidos y aplicados con éxito incluso hasta por mujeres carentes de instrucción mínima), que eran aceptados con preferencia a los métodos artificiales y, lo más importante, se revelaron sumamente eficaces en evitar los embarazos. A todas estas ventajas deben agregárseles que por su naturaleza respetan la integridad y dignidad de la persona humana sin lesionar sus derechos.
Un estudio multicéntrico, que abarcó a ciudades importantes de distintos puntos del mundo y distantes entre sí (Auckland, Bangalore, Manila y El Salvador) demostró que el 93% de mujeres fértiles estaba en condiciones de reconocer e interpretar el momento de fertilidad desde su primer ciclo menstrual (destaca que el grupo de El Salvador incluía un 48% de analfabetas). El estudio concluye que las probabilidades de concepción en los períodos determinados como infértiles era del 0,004%, es decir, menos del medio por ciento.
En contraposición se señala que el índice de embarazos utilizando métodos artificiales para el control de la natalidad, varía desde el 1% (píldoras combinadas estrógeno-progesterona) hasta el 20-23% en usuarias de anticonceptivos orales.
En un estudio realizado en Calcuta, India, sobre la eficacia del Método de la Ovulación, se informó de un porcentaje cercano a 0 (cero) sobre una población total de 19.843 mujeres pobres y de distintas creencias religiosas (57% hindúes, 27% islámicas, 21% cristianas).
Las conclusiones del estudio de la Organización Mundial de la Salud sobre la eficacia del Método de la Ovulación fueron las siguientes:
Por medio de ecografía ovárica se determinó que los síntomas del moco cervical identifican con precisión el momento de la ovulación.
Comparando los dos métodos naturales más seguros, los índices de efectividad son bastante parejos (Cf. Dra. Zelmira Bottini de Rey, Dra. Marina Curriá, Instituto de Ética Biomédica, Curso de Planificación familiar natural, Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, abril de 1999):
–el índice para el Método de la Ovulación o Billings es del 96.6% (Cf. American Journal of Obstretics and Gynecology, 1991).
–el índice para el Método Sintotérmico es del 97.7% (idem).
–el índice para el Método Sintotérmico en matrimonios altamente motivados para evitar el embarazo es de 97.2% (Cf. Guía para la prestación de servicios de PFN. OMS. Ginebra, 1989).
Estos son índices muy altos y ciertamente no sólo alcanzan sino que superan a muchos de los métodos artificiales más eficaces. Lamentablemente, las campañas de descrédito de los métodos naturales responden no a bases científicas sino a prejuicios ideológicos e intereses económicos.
Padres de Santa Teresa son testimonio fecundo del amor conyugal
El Prefecto Emérito de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal José Saraiva Martins, señaló que los nuevos beatos y padres de Santa Teresa del Niño Jesús, Louis Martin y Zélie Guérin, son "dos testimonios del amor conyugal" que educaron a sus hijos sólidamente en la fe cristiana; convirtiéndose así en ejemplo para los esposos cristianos.
Ante las más de 15 mil personas que asistieron a la Misa de Beatificación celebrada en la Basílica dedicada a Santa Teresa en Lisieux, Francia, el Purpurado indicó que la ejemplaridad de esta pareja de esposos debe estimular a los cristianos a una cotidiana práctica de las virtudes al interior de las familias para que también los hijos "canalicen su atención hacia la fe cristiana".
El Purpurado portugués precisó luego como la Iglesia "no admira solamente la santidad de la vida" de los padres de Santa Teresa sino que también "reconoce en esta pareja la santidad eminente de la institución del amor conyugal, así como la ha concebido el mismo Creador".
"¿Cuál es el secreto de su éxito en su vida cristiana?", cuestionó el Cardenal; y contestó: "han caminado junto a Dios en búsqueda de la voluntad del Señor" y para estar seguros de cumplir su plan han mirado siempre a la Iglesia "experta en humanidad, buscando conformarse en todos los aspectos de su vida a las enseñanzas de la Iglesia". "Han servido primero a Dios en el pobre, no por simple generosidad, ni justicia social, sino simplemente porque el pobre es Jesús. Servir al pobre es servir a Jesús y darle a Dios lo que es Dios", añadió.
Al referirse luego a los 19 años de matrimonio que compartieron, el Cardenal subrayó cómo los padres de Santa Teresa "vivieron las promesas de su matrimonio en la fidelidad más absoluta, en la conciencia de la indisolubilidad de su legado, en la búsqueda de la fecundidad de su amor, en la alegría como en el dolor, en la salud y la enfermedad" y explicó que todo esto fue un don para sus hijas. "Entre ellas, admiramos particularmente a Teresa, obra maestra de la gracia de Dios y obra maestra del amor de sus padres hacia los hijos".
Luego de explicar cómo Louis aceptó con fe y esperanza la muerte de Zélie a causa del cáncer; y cómo afrontó su propia muerte de la misma forma, el Purpurado se refirió a la celebración de su beatificación en el día en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Misiones.
"Ellos son un ejemplo de misioneros. Por ello el Papa ha querido que fueran proclamados beatos en esta jornada tan querida para la Iglesia universal: ha querido unir a los maestros Louis y Zélie a su discípula Teresa, su hija, quien se convirtió en la Patrona de las Misiones y Doctora de la Iglesia".
El Cardenal Saraiva también comentó que "cuando leí la carta apostólica del Papa pensaba en mi padre y mi madre, y en este momento, quisiera que ustedes también piensen en su padre y su madre y que juntos demos gracias a Dios por habernos creado y hecho cristianos gracias al amor conyugal de nuestros padres".
Entre los participantes en la ceremonia de beatificación se encontraba Pietro Schiliro, un niño italiano de Monza, cuya curación inexplicable en 2002 ha sido atribuida a la intercesión de los padres de Santa Teresa.


