Era un sábado, cerca de las siete de la mañana. Me disponía a salir de casa para asistir a una reunión del Consejo de Bioética de la CEM, del que formamos parte mi marido y yo, cuando Fernanda mi hija, la quinta de los nueve, que entonces tendría unos ocho años, extrañada de verme salir tan temprano en un sábado, me preguntó:
– ¿A dónde vas, mamá? ¿Pasó algo malo?
– Papá y yo tenemos una junta del Consejo de Bioética. No tardamos, te lo prometo. – ¿Consejo de Bioética? ¿Qué quiere decir eso, mamá?
Con su pregunta vinieron a mi mente mil palabras nada adecuadas para explicar algo a una niña de ocho años: "estatuto humano del embrión", "aborto terapéutico" "eutanasia y eugenesia", "fecundación asistida", "clonación"... uf...
Respiré hondo y miré al cielo, pidiendo ayuda a Dios para explicar en cinco palabras y en cinco segundos (porque mi marido ya me estaba esperando en el coche) a una niña de ocho años, un concepto que muchos adultos no entienden aún.
– Mira – le dije, tratando de poner la verdad en palabras sencillas – la Bioética estudia si es bueno o es malo que las mamás maten a sus bebés cuando no los quieren.
Confieso que me sentí un poco boba al oír mis palabras y mi niña me lo confirmó: – Mamá, no inventes – me dijo, soltando una franca carcajada – todos saben que eso es malo. ¿Cómo van a estudiar eso? – No estoy inventando – le dije sonriendo también, al ver que mi explicación le había parecido tontísima – te prometo que eso estudia la Bioética. Pero también estudia si es bueno o es malo que los nietos maten a sus abuelitos enfermos. – Ja, ja, ja – se rió de nuevo, ahora con más ganas – me estás engañando, nadie puede estudiar algo tan bobo: matar a los abuelitos…¡ ja! – Bueno… espera… también analiza la Bioética si es bueno o malo que las mamás y los papás se corten las ‘tripas’ para ya no poder tener bebés, porque les tienen miedo. – Mamá, ¿cómo unos papás le van a tener miedo a los bebés? – Pues sí, aunque no me creas… – le dije, poniéndome en cuclillas para estar a su altura – hay muchos, muchos, muchísimos papás y mamás que tienen miedo, terror, pánico… de que llegue inesperadamente un nuevo bebé a su casa y… ¡zas! de repente les quite todo su dinero, todo su tiempo y toda su salud. Por eso, toman pastillas anti-bebés y muchos hasta se cortan las tripas o se las sacan, para que los bebés… ni se acerquen. – Oh, eso no es cierto, mamá… los bebés son lindos siempre – me dijo, riéndose aún e inclinándose para cargar al más pequeño de mis niños, el noveno, que se acercaba gateando hacia nosotros – mejor ya vete, que te va a regañar papá… luego me explicas bien.
Y... dándome un beso de despedida, salió corriendo con el chiquito en brazos hacia la sala, en donde estaban otros tres o cuatro de sus hermanos jugando al "veo-veo". Me dejó con la palabra en la boca, justo cuando la conversación se ponía buena, y ya no le pude explicar todas las demás cosas interesantes que estudia la bioética, como por ejemplo... analizar si un bebé recién concebido en el vientre de la mamá es realmente un bebé o si lo que está creciendo ahí es, durante algunas semanas, algún tipo de rana... que se puede sacar para hacer experimentos con él. Ya no le pude explicar tampoco que la bioética también estudia si es bueno o malo que una mamá se mande fabricar diez hijos en una cajita de vidrio, para ponerse uno solo en la panza (porque sólo quiere un bebé) y pida que dejen a los otros nueve hermanitos encerrados en un congelador… para siempre. En fin... asistimos a nuestra junta de Consejo y ahí, todo el tiempo – mientras aún resonaban en mi cerebro las carcajadas de mi hija – hablamos con suma seriedad y profundidad de esas cosas que yo le había contado a mi niña; cosas relacionadas con la vida... o más bien, relacionadas con la muerte (tal vez se debería llamar ‘muertética’ en lugar de ‘bioética’): aborto, eutanasia, esterilización, experimentación con embriones y, claro, de cómo contrarrestar las propuestas de leyes que quieren hacernos creer que sí es bueno que las mamás maten a sus bebés; que sí es bueno que los nietos maten a sus abuelitos enfermos; que sí es bueno congelar hermanitos y que los bebés al inicio de su vida no son bebés, sino ranas. No pude evitar sentirme incómoda de ver a esos grandes cerebros cristianos: médicos, abogados, sacerdotes y obispos y de verme a mí misma con ellos, empleando nuestro tiempo en planear estrategias (dossiers temáticos, desplegados en prensa, panfletos y marchas multitudinarias) para demostrar al mundo que esas cosas no están bien, cuando… son tan obvias para las mentes sencillas, que el sólo imaginarlas acababa de arrancar carcajadas a mi niña de ocho años. Pero... de algo sirvió, pues ese día comprendí las palabras de Jesús: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”Dios es simple, la vida es hermosa, los hijos son un tesoro, todo es sencillo y el mundo lo ha hecho complicado. Creo que nuestro reto como católicos, más que emplear nuestro tiempo y esfuerzo en escribir gruesos dossiers científicos para los legisladores, es ocuparnos al 100% en regresar al mundo ( y sobre todo a los legisladores) esa sencillez y claridad ante el valor de la vida que sólo tienen los niños y aquellos que no han sido aún contaminados con el veneno de la cultura de la muerte.
Autor : Lucrecia Rego de Planas
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