Debemos tener la máxima preocupación con los enfermos de SIDA. Son Cristo sufriente. Por la fe, pueden unir sus dolores a los de Cristo y participar así del valor salvífico de la pasión del Señor (Cfr. Col. 1,4). Son personas humanas a las que se les debe todo respeto por su dignidad inviolable, y más cuando se encuentran en un estado en el que exigen toda nuestra atención. Tenemos que hacer la opción preferencial por los pobres, y de estos enfermos podemos decir que son los más pobres de entre los pobres, pues sus carencias no son sólo en el aspecto económico, sino en la misma vida.
La parábola del Buen Samaritano nos da la pauta de conducta con estos prójimos que son los que más sufren (Cfr. Lc 10, 30 yss); también nuestro Señor nos dice que el juicio final nos juzgará por el cuidado que hayamos tenido con los más pequeños y necesitados, que en esta situación son estos enfermos (Cfr. Mt 25,3146); no podemos pasar de largo frente a su postración; nuestra compasión, por otra parte, no debe quedarse sólo en este nivel, sino debe buscar la manera de ayudarlos eficazmente.
Los médicos y enfermeras y otros profesionales similares, tienen mucho de "buen samaritano"; el apoyo que les demos compartirá este noble oficio. Los sacerdotes debemos tener conciencia de que estos enfermos necesitan una palabra de auténtico consuelo que dándoles sentido a sus vidas que están consumiéndose. Sabemos que algunas de las víctimas de esta enfermedad provienen de relaciones sexuales ilícitas; pero no se descarta de ninguna manera que otras sean víctimas por causas que no revisten ninguna maldad moral, vgr. una transfusión de sangre infectada o el uso inadecuado de una jeringa, etc. Nosotros no estamos aquí para juzgar a éste o a aquel enfermo, esto es de Dios, de nosotros es el de socorrerlos lo mejor que podamos.
Es en estos casos en los que debemos ser fuertes y maduros espiritualmente; saber el verdadero valor del sufrimiento y saber llevarlo. El sufrimiento no consiste solo en padecer sino en unir nuestros dolores con el de Cristo y santificarnos a través de eso.
ResponderEliminarPor un lado, si nos enfermamos, no es porque Dios quiere hacernos un mal, sino que Él lo permite por alguna razón importante.
Veámoslo desde este punto: una enfermedad de este tipo puede convertirse en una inmensa bendición porque de alguna u otra forma nos obliga a meditar hasta, incluso, llegar a la conversión. Tal vez sin la enfermedad, sigamos viviendo una vida de pecado y relegando la parte espiritual.
Por otro, en caso de que no fuéramos nosotros los enfermos, es fácil virar la cara y hacer como si nada pasara. Por lo menos en Ecuador, nos hemos vuelto insensibles: vemos la pobreza en cada semáforo y no nos importa. Hemos perdido la capacidad de asombro y eso es preocupante. Les aseguro que si alguna persona de primer mundo ve lo que nosotros vemos a diario, se daría cuenta de la necesidad que tiene el mundo por personas piadosas.
Debemos reflexionar y saber que, a pesar de que nos encontremos con personas distintas a nosotros, saber que tiene un alma por la que Jesús murió en la cruz y ver a un Cristo en los otros.
Saludos y bendiciones.
AB
yo opino la persona q sufre esta emfermedad debe ser muy fuerte y unir su dolor con el de cristo x q esa emfermedad va a ser un medio para su santificacion ..aparte si DIOS permite esa emfermedad es por un bien mayor.Para q atravez de ese dolor pueda alcanzar su santificacion ..y nosotros debemos apoyarlos espiritualy economicamenta...
ResponderEliminarEs importante recordar que las enfermedades vinieron por consecuencia del pecado y que la enfermedad tiene doble filo, o te cortas o no!! el te cortas definamoslo como que te dejas llevar y el no te cortas como que la persona lo aprovecha y lo une a Cristo he ahi la respuesta, el fuerte lo superara pero la persona que no acepta la voluntad de Dios en su vida se dejara llevar y nunca sabra el tesoro que Dios le dio para ser Santo
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