Italia vivió un debate intenso en los primeros días de febrero de 2009. Eluana Englaro, una mujer en coma desde 1992, fue trasladada en la madrugada del 3 de febrero, desde una clínica de Lecco, en donde había sido cuidada durante años por dos religiosas, a otra clínica en Údine, donde quince voluntarios iban a trabajar para provocarle la muerte.
Después de tres días sin hidratación y sin nutrición, la noche del 9 de febrero de 2009, Eluana murió. Con su muerte, toda la sociedad italiana recibió una herida profunda.
Porque la muerte de Eluana fue, en cierto modo, un fracaso colectivo. Fracaso de una familia, especialmente del padre de Eluana, Beppino, que no supo dar sentido al sufrimiento de un ser humano, que no se sentía capaz de ver a su hija en ese estado, y que se lanzó a una campaña casi obsesiva para provocar su muerte.
Fracaso de la verdad, porque, según informó a Zenit un amigo de la familia Englaro, el padre de Eluana mintió a los jueces al decirles que Eluana había declarado no querer vivir conectada a aparatos. Y porque no pocos medios de comunicación han falseado datos, han confundido a la gente, han hecho pensar que hidratar y nutrir a un enfermo en coma es algo extraordinario, cuando se trata de lo mínimo que puede ofrecerse a cualquier ser humano enfermo.
Fracaso de la justicia, porque algunos jueces, llamados a defender los derechos humanos, dieron la razón a Beppino Englaro y aprobaron un protocolo “riguroso” para provocar la muerte de una persona minusválida.
Fracaso de la Iglesia y de las religiones, que buscaron mil maneras para que Eluana no fuese suprimida y para que su dignidad fuese respetada, pero que no consiguieron el resultado que muchos esperaban: salvar la vida de una inocente.
Fracaso de la sociedad entera, porque un grupo político minúsculo pero muy influyente, conocido por haber apoyado primero el aborto y ahora la eutanasia, supo aprovechar el caso Eluana para promover sus intereses y adjudicarse una nueva “victoria” a su favor. Y porque el respeto al enfermo, al débil, parece haber quedado en manos de los grupos pro vida, de la Iglesia y de otras personas de buena voluntad, cuando en realidad la tutela de los débiles no es ni debe ser nunca monopolio de algunos grupos: es uno de los valores básicos de todo estado de derecho, un valor “laico” fundamental y que todos deben compartir, sin distinción de partidos políticos o de creencias personales.
Fracaso de la política, porque el gobierno italiano puso en marcha una estrategia de emergencia para salvar a Eluana, y se topó con el veto del presidente de la República y con las normas y reglamentos que le impidieron actuar en contra de la “sentencia de muerte” aprobada por los tribunales.
Fracaso de la medicina, porque en un país como Italia, donde las carencias en los hospitales son penosas y donde la asistencia a los enfermos resulta muy precaria, aparecen de la nada quince “voluntarios” con tiempo y con energías para provocar la muerte, cuando su vocación sanitaria era precisamente la de servir a los enfermos.
Italia vivió unos momentos de gran intensidad emotiva. Nadie se puede declarar vencedor cuando el “triunfo” consiste en la muerte de una mujer inválida e indefensa.
Momentos como estos son una ocasión para reflexionar, para pensar, para tomar medidas valientes que impidan que situaciones como ésta puedan repetirse. Están en juego no sólo los principios básicos que garantizan la convivencia de un pueblo, sino vidas concretas (cientos y cientos de personas que viven en estado vegetativo persistente) que esperan respeto, cariño, un poco de agua y de comida en un mundo que es hermoso cuando sabemos dar un sentido al sufrimiento humano.
Después de tres días sin hidratación y sin nutrición, la noche del 9 de febrero de 2009, Eluana murió. Con su muerte, toda la sociedad italiana recibió una herida profunda.
Porque la muerte de Eluana fue, en cierto modo, un fracaso colectivo. Fracaso de una familia, especialmente del padre de Eluana, Beppino, que no supo dar sentido al sufrimiento de un ser humano, que no se sentía capaz de ver a su hija en ese estado, y que se lanzó a una campaña casi obsesiva para provocar su muerte.
Fracaso de la verdad, porque, según informó a Zenit un amigo de la familia Englaro, el padre de Eluana mintió a los jueces al decirles que Eluana había declarado no querer vivir conectada a aparatos. Y porque no pocos medios de comunicación han falseado datos, han confundido a la gente, han hecho pensar que hidratar y nutrir a un enfermo en coma es algo extraordinario, cuando se trata de lo mínimo que puede ofrecerse a cualquier ser humano enfermo.
Fracaso de la justicia, porque algunos jueces, llamados a defender los derechos humanos, dieron la razón a Beppino Englaro y aprobaron un protocolo “riguroso” para provocar la muerte de una persona minusválida.
Fracaso de la Iglesia y de las religiones, que buscaron mil maneras para que Eluana no fuese suprimida y para que su dignidad fuese respetada, pero que no consiguieron el resultado que muchos esperaban: salvar la vida de una inocente.
Fracaso de la sociedad entera, porque un grupo político minúsculo pero muy influyente, conocido por haber apoyado primero el aborto y ahora la eutanasia, supo aprovechar el caso Eluana para promover sus intereses y adjudicarse una nueva “victoria” a su favor. Y porque el respeto al enfermo, al débil, parece haber quedado en manos de los grupos pro vida, de la Iglesia y de otras personas de buena voluntad, cuando en realidad la tutela de los débiles no es ni debe ser nunca monopolio de algunos grupos: es uno de los valores básicos de todo estado de derecho, un valor “laico” fundamental y que todos deben compartir, sin distinción de partidos políticos o de creencias personales.
Fracaso de la política, porque el gobierno italiano puso en marcha una estrategia de emergencia para salvar a Eluana, y se topó con el veto del presidente de la República y con las normas y reglamentos que le impidieron actuar en contra de la “sentencia de muerte” aprobada por los tribunales.
Fracaso de la medicina, porque en un país como Italia, donde las carencias en los hospitales son penosas y donde la asistencia a los enfermos resulta muy precaria, aparecen de la nada quince “voluntarios” con tiempo y con energías para provocar la muerte, cuando su vocación sanitaria era precisamente la de servir a los enfermos.
Italia vivió unos momentos de gran intensidad emotiva. Nadie se puede declarar vencedor cuando el “triunfo” consiste en la muerte de una mujer inválida e indefensa.
Momentos como estos son una ocasión para reflexionar, para pensar, para tomar medidas valientes que impidan que situaciones como ésta puedan repetirse. Están en juego no sólo los principios básicos que garantizan la convivencia de un pueblo, sino vidas concretas (cientos y cientos de personas que viven en estado vegetativo persistente) que esperan respeto, cariño, un poco de agua y de comida en un mundo que es hermoso cuando sabemos dar un sentido al sufrimiento humano.
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El tema de la eutanasia es tan discutido; creo que no podemos establecer criterios al respecto , porque si bien para alguno una enfermedad grave sea llevadera por poseer los recursos para hacerlo, habra personas muy limitadas economicamente que por mas quq quieran mantener a aun enfermo terminal no se podria
ResponderEliminar¿hasta que punto se debe respetar la dignidad del enfermo? ¿ en etica no se habla de buscar el mal menor? ¿ no sería un mal menor que para una familia sin recursos no seguir con costosos tratamientos que no garantizan la recuperación del enfermo, antes bien simplemente le retrasan la muerte?
Cuando Dios manda un sufrimiento como a los enfermos es por que los quiere purgar de todas sus faltas que cometieron mediante el dolor Por eso es malo lo de la eutanasia por que los privan del sufrimiento que Dios les mando..Por eso hay que darle sentido al sufrimiento
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