La primera se llamaba Cristina Cella. Murió en Italia el 22 de octubre de 1995, a los
26 años de edad. Falleció después de dar a luz su tercer hijo, Ricardo, habiendo
rechazado con plena conciencia el tratamiento de quimioterapia que podía ayudarla a
ella pero comprometiendo la vida del hijo que llevaba en su seno. Antes de morir le
dejó una carta que decía: “Querido Ricardo: tienes que saber que no estás aquí por
casualidad.
El Señor quiso que tú nacieras a pesar de todos los problemas que
había...Recuerdo el día en que el doctor me dijo que tenía un tumor. Mi reacción fue
repetir muchas veces: ¡Estoy embarazada! ¡Doctor, yo estoy embarazada! Para
enfrentar el miedo de aquel momento me fue otorgada una extraordinaria fuerza de
voluntad de tenerte. Me opuse con todas mis fuerzas a renunciar a ti, tanto que el
médico entendió todo y no agregó nada más. Aquella tarde, cuando volvía del hospital
en el auto y te moviste por primera vez, parecía que me estabas diciendo: ¡Gracias,
mamá, por amarme! Eres un regalo para nosotros. No puedo hacer otra cosa que dar
gracias a Dios porque nos quiso dar ese regalo grande que son nuestros hijos” (Cristina,
24 de Septiembre de 1995, Hospital de Maróstica).
La segunda se llamaba Carla Levati; falleció a los 28 años de edad entre grandes
sufrimientos; rehusó abortar como aconsejaban los médicos y tratarse de su cáncer
fulminante para dar vida a su segundo hijo; durante los últimos tiempos ni siquiera
aceptó los calmantes que podrían haberle aliviados sus dolores pero poniendo en peligro para la vida del niño; llegó por eso en estado de coma al parto el 27 de enero de
1993. Valerio Ardenghi recogió en un diario los sufrimientos de su joven y católica
esposa. En una de sus últimas páginas este joven que acompañó y compartió los
dolores de ser padre y esposo escribió: “Gracias, Carla, por haberme convertido en un
hombre”
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